CEO CEGO
Nuestras evaluaciones nos sirven para orientarnos de cara al futuro. En este sentido, nos habilitan para tomar acción. Si evaluamos que un porcentaje alto de un mercado objetivo está teniendo una determinada necesidad por la que pagaría para recibir una solución, entonces eso nos permite orientarnos a desarrollar un producto/servicio. En el post anterior planteaba que la emergencia del liderazgo necesita de al menos tres evaluaciones claves. Estas evaluaciones establecen un modo de relacionarnos con el mundo y con los otros muy especial.
En primer lugar, al decir que cierto futuro es posible y hace sentido hacer que pase, nos relacionamos con el mundo como un contexto susceptible de ser modificado por nuestra capacidad de comprometernos. Esto abre camino a estados de ánimo sin los cuales la labor de liderar es impensable, como por ejemplo, la ambición. La ambición como modo fundamental de relación con el mundo establece un nexo entre posibilidades concebidas y acción comprometida.
En segundo lugar, al evaluar que ese futuro posible valioso no va a ocurrir a menos que deliberadamente lo produzcamos, se establecen las bases para la toma de decisión. Esta relación entre algo posible y valioso conectado con la toma o no de acción nos abre a estados de ánimos cruciales: sentido de urgencia y determinación. Mientras mayor es el valor percibido de eso posible, tanto más inclinada estará la balanza a decidir tomar acción ya.
En tercer lugar, cuando establecemos que para producir esa posibilidad valiosa es esencial una acción organizacional, comenzamos a vislumbrar nuestro mundo relacional como un recurso básico para la expansión de poder. Esta expansión de poder pasa por la conciencia de que la producción de esa posibilidad valiosa excede la capacidad de acción individual.
Es decir, el liderazgo nace con el reconocimiento de la insuficiencia de la sola acción individual. El poder que se requiere para transformar lo que hoy existe por lo que se vislumbra posible requiere que un conjunto de personas se coordine de forma consistente y prolongada en el tiempo. Aquí se propicia un estado de ánimo básico: la humildad y la
cooperación.
Sin ambición que conecte lo posible con la capacidad de compromiso individual; sin la determinación y sentido de urgencia que nos dispone a tomar acción ya; sin la humildad y
la disposición a cooperar que nos abra al mundo relacional en términos de alianzas y colaboraciones posibles, el liderazgo como posibilidad ni siquiera surge. En este sentido, la resignación, la procrastinación, la indecisión, la arrogancia son estados de ánimos que atentan y dificultan la emergencia y ejercicio de liderazgo.